En nuestros análisis del monetarismo, hemos expuesto los
argumentos en favor de la existencia de unas reglas fijas.
Tradicionalmente, las reglas fijas se han defendido argumentando que la economía privada es relativamente estable
y que es probable que la elaboración de la política económica la desestabilice en lugar de estabilizarla. Por otra
parte, las reglas fijas atan de pies y manos a los bancos
centrales, en caso de que se sientan tentados a expandir la
economía antes de las elecciones y a crear un ciclo económico político. Por otra parte, los macroeconomistas modernos señalan lo valioso que es poder comprometerse a
actuar por adelantado. Si el banco central puede comprometerse a seguir una regla no inflacionista, las expectativas
del público se adaptarán a esta regla y es posible que desaparezcan las expectativas inflacionistas.
Hasta hace poco, los defensores de las reglas monetarias
fijas (especialmente los monetaristas) recomendaban un
crecimiento nominal fijo de la oferta monetaria, por ejemplo, del 4 por ciento al año. Con una velocidad constante y
un crecimiento de la producción del 3 por ciento anual, se
registraría una inflación anual constante de un 1 por ciento
al año. Pero como muestran los datos estadísticos del Cuadro 33-3, la velocidad nunca se ha mantenido estable. De
hecho, en la ultima década se ha vuelto nías inestable que
la producción nominal, por lo que los economistas tendrían
dificultades para sostener que una regla monetaria fija podría haber estabilizado de hecho la producción durante
este período.
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