Filosóficamente, el [NAFTA] es maravilloso, pero desde un punto
de vista realista será malo para nuestro país. Va a crear una gigantesca sangría en Estados Unidos en un momento en el que necesitamos que entre empleo, no que salga. Los salarios mexicanos
subirán a 7,5$ por hora y los nuestros bajarán a 7,5$ por hora.
H. Ross Perot, criticando el Acuerdo Norteamericano
de Ubre Comercio (NAFTA) en 1993
Muchos norteamericanos ven con recelo, al igual que Perot,
el comercio internacional. Oyen las campañas publicitarias que dicen «compre americano». Ven a sus vecinos
conducir un automóvil extranjero, mientras los trabajadores
norteamericanos del automóvil no encuentran trabajo. Y
leen en los periódicos que otra empresa industrial se ha
trasladado a México, Malasia o Irlanda.
Sin embargo, los economistas de casi todo el mundo y
de todas las convicciones políticas han marchado a otro
son. La economía nos enseña que el comercio internacional es beneficioso para los países. Fomenta la especialización y aumenta las posibilidades de consumo de un
país. Japón vende cámaras fotográficas norteamericanas;
Estados Unidos vende computadoras a Australia; Australia cierra el círculo vendiendo carbón a Japón. Especializándose en sus áreas de mayor productividad relativa, cada país puede consumir más de lo que puede
producir por sí solo. Esta es la esencia sencilla, aunque
escurridiza, del comercio exterior que presentamos en
este capítulo.
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