Aunque los desfases en el reconocimiento, la respuesta y la
eficacia están presentes tanto en la política monetaria como
en la fiscal, el desfase en la respuesta puede ser ton largo en el
caso de esta última que resulte inútil para la estabilización. El
desfase en la respuesta se ha alargado en los últimos años al
haberse vuelto más complejos los procedimientos presupuestarios del Congreso de Estados Unidos, donde existe un
desfase de casi un año entre las recomendaciones presidenciales y las medidas finales del Congreso.
Otra dificultad se halla en que resulta más fácil bajar los
impuestos que subirlos y aumentar el gasto que reducirlo.
Durante la década de 1960. el Congreso se mostró encantado de aprobar las reducciones de los impuestos de Kennedy. Dos años más tarde, cuando la expansión generada por la guerra de Vietnam llevó a la economía por encima
de su producción potencial y fue necesario adoptar medidas contractivas, el presidente Johnson y el Congreso sólo
intervinieron cuando ya había aumentado la inflación. Asimismo, el presidente Bush tuvo que luchar denodadamente para conseguir que el Congreso aprobara una subida relativamente baja de los impuestos dentro de un conjunto de
medidas adoptadas en 1990 para reducir el déficit e incluso
este pequeño paso le perjudicó enormemente dentro del
Partido Republicano y contribuyó a su derrota en 1992.
Por otra parte, incluso cuando la política fiscal se pone
en marcha rápidamente, puede no dar tan buen resultado
como antes pensaban los macroeconomistas. Por ejemplo,
muchos economistas solían defender el recorte temporal de
los impuestos durante las recesiones y su subida temporal
cuando la economía se recalentaba y se avecinaba una inflación. Sin embargo, algunos estudios indican que los
consumidores se dan cuenta de que los cambios impositivos son temporales y no alteran mucho sus patrones de
gasto, ya que los cambios temporales de los impuestos
apenas afectan a la renta permanente, es decir, a la renta
que reciben a lo largo de toda su vida. Por otra parte, el
«efecto Barro», según el cual la reducción de los impuestos
no afecta a los consumidores perspicaces, ha reforzado la
crítica económica de la política fiscal.
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