Hemos visto que la política fiscal y monetaria puede estabilizar en principio la economía. Muchos economistas, especialmente los que siguen la tradición keynesiana, creen
que los países deben tomar medidas en la práctica para
allanar las oscilaciones del ciclo económico. Otros se
muestran escépticos respecto a la capacidad para predecir
los ciclos y tomar las medidas oportunas en el momento
oportuno por las razones oportunas; este segundo grupo liega a la conclusión de que no es posible confiar en que el
gobierno utilice bien la política económica, por lo que
debe limitarse estrictamente su libertad para intervenir.
Por ejemplo, los conservadores fiscales temen que sea
más fácil para el Congreso aumentar el gasto y bajar los
impuestos que lo contrario. Eso significa que es fácil aumentar el déficit presupuestario durante las recesiones,
pero mucho más difícil dar un giro y volver a reducirlo durante las expansiones, como exigiría una política fiscal anticíclica. Por ese motivo, los conservadores han intentado
varias veces limitar la capacidad del Congreso para asignar
nuevos fondos o aumentar el déficit.
Al mismo tiempo, a los conservadores monetarios les
gustaría atar de pies y manos al banco central por medio de
una regla que rigiera el crecimiento monetario o que estableciera determinados objetivos. Por ejemplo, en lugar de
que el banco central aumentara o redujera la oferta monetaria en respuesta a la situación económica, los monetaristas proponen que siga una política para aumentar la oferta
monetaria a una tasa constante. Ese sistema tendría la ventaja de eliminar la incertidumbre en los mercados financieros y aumentar la credibilidad del banco central como
luchador contra la inflación.
En un plano más general, el debate sobre las «reglas o la
discreción» se reduce a saber si la incertidumbre y el posible abuso en las decisiones ilimitadas anulan las ventajas de
la flexibilidad en la toma de decisiones. Quienes creen que
la economía es inherentemente inestable y compleja y que
los gobiernos generalmente toman decisiones prudentes se
sienten cómodos dando a los responsables de la política
económica amplia discreción para reaccionar agresivamente con e! fin de estabilizar la economía. Quienes creen que
los gobiernos constituyen la principal fuerza desestabilizadoru de la economía que son propensos a errar en sus valoraciones y a la venalidad se muestran partidarios de atar
de pies y manos a las autoridades fiscales y monetarias.
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