Una economía moderna exige una inmensa variedad de
bienes de capital. Los países deben abstenerse de consumir
actualmente para dedicarse a una producción indirecta
fructífera. Pero ahí está lo malo, pues los países más pobres
va se encuentran casi en el nivel de vida de subsistencia.
Cuando una persona es pobre, la reducción del consumo
actual para poder consumir en el futuro parece imposible.
Los líderes en la carrera del crecimiento invierten al
menos un 20 por ciento de la producción en formación de
capital. En cambio, en los países agrícolas más pobres a
menudo sólo es posible ahorrar el 5 por ciento de la renta
nacional.
Por otro lado, una gran parte de este bajo nivel de
ahorro se dedica a proporcionar a la creciente población vivienda y herramientas simples. Poco queda entonces para
el desarrollo.
Pero supongamos que un país ha conseguido elevar su
'asa de ahorro. Aun así, tardará muchos decenios en acumular las autopistas, los sistemas de telecomunicaciones,
las computadoras, las centrales eléctricas y demás bienes
de capital sobre los que se sustenta una estructura económica productiva.
Sin embargo, incluso después de adquirir las computadoras más sofisticadas, los países en vías de desarrollo deben construir primero su infraestructura o capital social
fijo, que consiste en grandes proyectos de los que depende
una economía de mercado.
Por ejemplo, un asesor agrícola regional asesora a los agricultores sobre nuevas semillas
o cultivos; un sistema de carreteras une los diferentes mercados; un sistema de sanidad pública que inocula a la población contra el tifus o la difteria la protege de las personas 110 vacunadas. En cada uno de estos casos, sería
imposible para una empresa emprendedora recoger los beneficios sociaies generados, ya que no puede cobrar a los
miles o incluso millones de beneficiarios. Como consecuencia de las grandes indivisibilidades y de los efectos externos de la infraestructura, el Estado debe intervenir para
realizar o garantizar las inversiones necesarias.
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